domingo, 25 de diciembre de 2011

¡Soy un luchador!



La noticia la dieron los periódicos hace más de un mes, pero yo no la había visto hasta hace unas horas a pesar de que últimamente me esfuerzo en buscar sucesos esperanzadores.
 Ayer, como un regalo de Nochebuena, apareció ante mis ojos para darme el placer de reflexionar y compartirla con vosotros.

Este crío se agarró a la vida con todas sus fuerzas -sus menguadas, escasísimas fuerzas- como si la vida estuviera ahí en el pecho reseco de su madre del cual no extraía más que un débil calor y un inmenso amor. Resistió porque quizá, inexplicablemente, con sólo siete meses ya  intuyó que la vida es lucha, coraje, resistencia, esperanza... 

En su mirada de niño hambriento se acumulan todos los interrogantes que nosotros no nos atrevemos a formularnos temiendo las respuestas que conocemos de sobra y a las que hacemos oidos sordos.

Pero el chaval no se doblegó. La fuerza de sus ojos era el acicate de su madre para continuar caminando kilómetros y kilómetros en busca de ayuda.

Su sonrisa actual es la de un luchador que acaba de doblar el cabo de la desesperanza.

Cualquiera que sean las dificultades que aún ha de presentarle la vida, yo quiero pensar que el niño Minhaj, el adolescente Minhaj, el hombre Minhaj, hallará siempre la puerta de su salvación

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