lunes, 30 de abril de 2012

ENTRE LA LUZ Y LAS SOMBRAS




“La memoria lo es todo para mí.
Tanto recuerdas, tanto vales”


 (La oscura historia de la prima Montse. J. Marsé).



¿Cuánto dura un siglo...? ¿cuántos años tienen que pasar...? ¿cien... mil...? ¿qué es un siglo?

 Agosto 2005
 El huracán Katrina acababa de destruir Nueva Orleáns. Siempre quise viajar a Nueva Orleáns. Ahora no sé cómo llegar. ¿Es un estado? ¿una ciudad? ¿por qué no lo recuerdo? Días más tarde la televisión habló del estado de Luisiana. Dijo lo que yo siempre había sabido y acababa de olvidar. Nueva Orleans es una ciudad y no un estado. ¿Cómo fui capaz de esa confusión, yo que soy una apasionada de la geografía, que conozco  estados y ciudades como si los hubiera recorrido palmo a palmo?



Olvidé el nombre de la calle. Sólo  recordaba los sillones de mimbre y el sol luminoso que parecía estar dentro de la habitación, de este lado de la ventana sin cortinas, bañándo nuestros cuerpos desnudos con su luz dorada.

¿olvidaré  –quizá en un día no demasiado lejano—olvidaré  también que te amaba?

Hubo un eclipse.
El sol se oscureció casi por completo (también mi mente se oscurece a veces en eclipses inesperados) La tierra olvidó momentáneamente el contorno nítido de las cosas que se se volvieron difusas –como a mí los recuerdos que creí fieles durante años y ahora me abandonan desdibujados en esa falsa noche que es el olvido, igual que observo la confusión de los pájaros sorprendidos por la noche repentina sin acertar con sus nidos.

Un cerco amarillo, un anillo luminoso indicaba que el sol seguía ardiendo, aunque no lo viéramos.
En ese instante percibí con horror el comienzo del declive: Fui consciente de la aparición de la inconsciencia y supe que en lo
 sucesivo mis días estarían apenas iluminados  por un tenue resplandor tras el cual acecharían las sombras de la desmemoria.

sábado, 14 de abril de 2012

SÚPLICA DEL OLIVO

Pensando en los destrozos irreparables que los vándalos causan en los bosques, me ha venido a la memoria la súplica del viejo olivo del Castillo de San Jorge, en Lisboa  Y digo la súplica del olivo porque si escuchamos con atención es el mismo árbol quien nos habla.      
Y éstas son sus palabras:



  
AO VIANDANTE

Tu que passas e ergues para mim o teu braço
Antes que me faças mal, olha-me bem.
Eu sou o calor do teu lar nas noites frias de inverno
Eu sou a sombra amiga que tu encontras sob o sol de agosto.
E os meus frutos são a frescura apetitosa que te sacia a sede nos caminhos.
Eu sou a trave amiga da tua casa, a tábua da tua mesa, a cama
em que descansas, o lenho do teu barco.
Eu sou o cabo da tua enxada, a porta da tua morada
A madeira do teu berço e do teu próprio caixão.
Eu sou o pão da bondade e a flór da beleza.
Tu que passas, olha-me bem e não me faças mal.


lunes, 2 de abril de 2012

EL NIÑO NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

El niño no tiene quien le escriba…

y sin embargo no deja de esperar que el cartero deposite en el buzón del portal de su casa una carta con su nombre y apellidos en el sobre.

El niño no tiene quien le escriba…

Ni siquiera obtiene respuesta a la carta que cada año, poco antes de las Navidades, escribe trabajosamente, apretando mucho el lápiz entre sus dedos, tanto como aprieta su lengua entre los dientes para concentrarse mejor, a tres hombres  misteriosos y lejanos  que son tan generosos como para llenarle la habitación de regalos, pero que andan tan escasos de tiempo que no se detienen un momento a contestar su ilusionada misiva ni a sus promesas de ser más bueno el próximo año.

El niño no tiene quien le escriba…

Y es que ignora que, aunque sea el rey de la casa, el niño mimado de sus abuelos, el juguete preferido de sus primos de más edad, él, a sus cuatro años, no es nadie para la compañía de la luz ni para los bancos porque no tiene un contrato a su nombre ni una cuenta corriente. No es nadie para la sociedad de consumo en la que le ha tocado nacer. Por otra parte su teléfono móvil de plástico verde manzana siempre está operativo, sin depender de los abusos de ninguna compañía telefónica. Funciona cuando él quiere conversar, y sólo, de vez en cuando, su papá tiene que cambiarle las pilas, y si papá no está, da lo mismo porque a  él le sigue funcionando igual.

El niño no tiene quien le escriba…

Tampoco sus padres -aunque él crea lo contrario cuando ve el buzón del portal a rebosar de sobres con membretes que  aún no ha aprendido a identificar- tienen quien les escriba porque ya nadie pone por escrito sus promesas de amistad, sus juramentos de amor, el sentimiento de un pésame. Si acaso, un breve sms o un impalpable e-mail en los que es imposible rastrear el temblor de la mano que empuña la pluma, el vigor o el desmayo de las sílabas, o la huella de una lágrima sobre el papel.

El niño no tiene quien le escriba…

Y por eso sus abuelos han decidido escribirle una carta, con su nombre y apellidos bien claritos en el sobre, en la que le recuerdan lo mucho que le quieren, aunque estén lejos, y le han llenado una hoja con estrellitas y pequeños corazones que el niño contará para conocer el número de besos que le envían mientras esperan abrazarle de verdad.