sábado, 23 de junio de 2012

"I"


Una intrusa aguarda en mi cama…

Confundida su palidez con la blancura de las sábanas, simula dormir, pero yo recelo de su fingido sueño. No es más que un ardid, una burda treta para que me confíe y entre en el lecho sin tomar las debidas precauciones (¿tal vez un somnífero?... ¿varios somníferos?...)

 No obstante me desnudo lentamente y con un orden minucioso, que nunca antes había respetado,  doblo mis prendas una a una y las voy colocando sobre la silla con un cuidado que es más bien una demora. También las zapatillas, como centinelas en guardia, apostadas una al lado de la otra al pie de la cama. Disciplinadas. Como si sobre ellas se mantuviera aún  la firmeza de una vida.

 He alargado la ceremonia tanto como he podido, hasta el infinito. Cualquier cosa con tal de retrasar el momento de tenderme a entre las sábanas blancas (páginas sin historia, lienzos mudos y vírgenes de caricias) Pero ella me aguarda en silencio.

 Ninguna prenda queda ya sobre mi cuerpo desnudo, sólo las gafas. Estas no me las quitaré hasta que no esté dentro de la cama y apague la lámpara de la mesita y ambas oscuridades, la de mis ojos y la de la habitación, sean una sola oscuridad.

 La mujer que me espera sabe que la noche traerá una tormenta de arena que secará la garganta, la lengua, los labios, con una sed de desierto, una espiral de fuego que alcanzará mi cabeza abrasada a esta hora por el frío del miedo y del espanto ante la muerte.

La muerte. La única silueta que distingo en la negrura de las noches sin sueño.

Me desnudo al fin de mi misma,

entro en el lecho y me tiendo junto a ese otro yo

que se aproxima sin remedio a su final.


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