domingo, 4 de diciembre de 2016



Porque hoy es santa Bárbara, 
 dedico este pequeño reconocimiento a todos los MINEROS del mundo


Gaviotas en el Cielo


Oscurecieron el aire unos pájaros negros que se me figuraron gaviotas de luto por navegantes muertos.
Y no eran gaviotas…
eran cuervos que trazaban en la tarde las rutas sombrías de la desgracia.

Y, no obstante los presagios de los cuervos…
no obstante su vuelo amenazante…
no obstante la advertencia de sus graznidos…
yo ignoraba que sus plumas aleteaban mensajes de infortunios .
Ciego y sordo a sus lúgubres augurios, yo aguardaba ilusionado con la esperanza de que un barco me llamara al amanecer.
Sonaba la sirena al alba. Y después otra vez, mediado el día. Y aún una vez más ya de noche cuando  el azul deja de ser azul y no quedan pájaros en el aire, tan sólo una confusión de estrellas.
 Pero la sirena no procedía de barco alguno.
Estábamos habituados al reclamo de la mina tres veces al día.
La casa… mi madre… yo…el pueblo entero se estremecía cuando la sirena sonaba a deshora.

En mi espera, dispuesto siempre para la partida en el barco que había de llegar, creía escuchar el fragor del agua batiendo contra el casco de un buque imaginario.
Y no eran las olas…Era el golpeteo del agua sobre la piedra del lavadero del patio mientras mi madre hacía la colada.
No eran olas de espuma blanca, era el agua renegrida de carbón que escurría de las ropa sucias de mi padre y que mi madre restregaba con un cepillo de cerdas.
Y, a pesar de las prendas polvorientas…
 a pesar de los monos chorreantes…
a pesar de los calcetines enlodados…
a pesar de la desesperanza…persistía la esperanza.
En una vieja maleta había ido amontonando las pequeñas posesiones del niño que aún era: cromos de futbolistas y ciclistas con los rostros enmarcados en las tapas metálicas de las gaseosas. Una peonza de rejo afilado que casi taladraba la carne cuando la hacía bailar en la palma de la mano.  Algunas canicas con las que unas veces ganaba y otras, perdía en el juego del “gua”.

De nuevo ensombrecieron el cielo gaviotas luctuosas, ¿o eran cuervos?
La sirena sonó a deshora corroborando el presagio de los pájaros.
Sonó pertinaz. Ululó sin desmayo. Extendió su grito a lo largo del valle aprisionado por las montañas.
Y, antes de ponerme a temblar, antes de echar a correr siguiendo a otras sombras que corrían delante de mí negando corazonadas, apartando temores, rechazando presentimientos aún tuve tiempo de llenarme los bolsillos con los tesoros que habían colmado mi niñez.

Volvió madre a lavar en el patio.
Durante un tiempo corrió clara el agua de mis ropas sin que el polvo de la mina enturbiara su curso..
Durante unos meses el agua circuló cristalina del grifo al sumidero dejando una estela plateada de ilusión engañosa sobre la dureza pétrea del granito.


Me despertó la sirena llamando al tajo
Enterré la maleta debajo de la cama y salí a la mañana incolora.
Madre me seguía a poca distancia.
A la entrada de la mina se acercó a vaciarme los bolsillos: canicas, tirachinas, una punta de lápiz, la cuerda de la peonza…
-Nada de esto necesitas allá adentro –dijo
Se alejó enjugándose los ojos con el pañuelo de los adioses a los barcos.

Yo solo tenía quince años…
Había que aprender a ser hombre.


  


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