Porque hoy es santa Bárbara,
dedico este pequeño reconocimiento a todos los MINEROS del mundo
Gaviotas
en el Cielo
Oscurecieron el aire unos pájaros
negros que se me figuraron gaviotas de luto por navegantes muertos.
Y no eran gaviotas…
eran cuervos que trazaban en la tarde
las rutas sombrías de la desgracia.
Y, no obstante los presagios de los
cuervos…
no obstante su vuelo amenazante…
no obstante la advertencia de sus
graznidos…
yo ignoraba que sus plumas aleteaban
mensajes de infortunios .
Ciego y sordo a sus lúgubres augurios,
yo aguardaba ilusionado con la esperanza de que un barco me llamara al
amanecer.
Sonaba la sirena al alba. Y después
otra vez, mediado el día. Y aún una vez más ya de noche cuando el azul deja de ser azul y no quedan pájaros
en el aire, tan sólo una confusión de estrellas.
Pero la sirena no procedía de barco alguno.
Estábamos habituados al reclamo de la
mina tres veces al día.
La casa… mi madre… yo…el pueblo entero
se estremecía cuando la sirena sonaba a deshora.
En mi espera, dispuesto siempre para
la partida en el barco que había de llegar, creía escuchar el fragor del agua
batiendo contra el casco de un buque imaginario.
Y no eran las olas…Era el
golpeteo del agua sobre la piedra del lavadero del patio mientras mi madre
hacía la colada.
No eran olas de espuma
blanca, era el agua renegrida de carbón que escurría de las ropa sucias de mi
padre y que mi madre restregaba con un cepillo de cerdas.
Y, a pesar de las prendas polvorientas…
a pesar de los monos chorreantes…
a pesar de los calcetines enlodados…
a pesar de la desesperanza…persistía la
esperanza.
En una vieja maleta había ido
amontonando las pequeñas posesiones del niño que aún era: cromos de futbolistas
y ciclistas con los rostros enmarcados en las tapas metálicas de las gaseosas. Una
peonza de rejo afilado que casi taladraba la carne cuando la hacía bailar en la
palma de la mano. Algunas canicas con
las que unas veces ganaba y otras, perdía en el juego del “gua”.
De nuevo ensombrecieron el cielo
gaviotas luctuosas, ¿o eran cuervos?
La sirena sonó a deshora corroborando
el presagio de los pájaros.
Sonó pertinaz. Ululó sin desmayo.
Extendió su grito a lo largo del valle aprisionado por las montañas.
Y, antes de ponerme a temblar, antes
de echar a correr siguiendo a otras sombras que corrían delante de mí negando
corazonadas, apartando temores, rechazando presentimientos aún tuve tiempo de
llenarme los bolsillos con los tesoros que habían colmado mi niñez.
Volvió madre a lavar en el patio.
Durante un tiempo corrió clara el agua
de mis ropas sin que el polvo de la mina enturbiara su curso..
Durante unos meses el agua circuló cristalina
del grifo al sumidero dejando una estela plateada de ilusión engañosa sobre la
dureza pétrea del granito.
Me despertó la sirena llamando al tajo
Enterré la maleta debajo de la cama y
salí a la mañana incolora.
Madre me seguía a poca distancia.
A la entrada de la mina se acercó a
vaciarme los bolsillos: canicas, tirachinas, una punta de lápiz, la cuerda de
la peonza…
-Nada de esto necesitas allá adentro
–dijo
Se alejó enjugándose los ojos con el
pañuelo de los adioses a los barcos.
Yo solo tenía quince años…
Había que aprender a ser hombre.
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