viernes, 6 de enero de 2017

LAS ADÚLTERAS

PURITA       


Purita siempre quiso ser adúltera. Era una obsesión que la había perseguido desde muy chica. La culpa, como de costumbre, la tuvieron las malas lecturas. Y es que Purita se aficionó muy pronto a leer. Desde que supo unir unas letras con otras y formar sílabas que ella paladeaba como otros niños paladeaban las piruletas de caramelo, supo que era en la palabra escrita donde estaba la verdad.
Y de nada valían los consejos de la abuela
-Chacha, para ya de leer que te vas a dejar los ojos en los papeles.
Ni las recriminaciones de su madre:
-Purita, acaba de una vez y apaga la lámpara que nos vas a arruinar con la factura de la luz.
Ni siquiera le hacían mella los consejos del confesor:
-Mira Pura, los libros en general son causa de la perdición de algunas muchachas. No digo yo que no leas, eso no, pero limítate a lecturas piadosas, el santo Evangelio, por ejemplo, o mejor aún la vida edificante de las santas y mártires de nuestro santoral. En ellas hallarás la pauta para tu comportamiento.
Pero nada de esto consiguió cambiar su determinación.
¡Claro que las lecturas invitaban a transitar por caminos desconocidos y peligrosos! Ella presintió el abismo desde el momento mismo en que a los cinco años leyó el prospecto de un preparado farmacéutico para la tos: para niños y adúlteros rezaban las indicaciones. Titubeó un poco al pronunciar la palabra adúlteros. Era muy pequeña para conocer ciertos vocablos y mucho menos su significado.
-Mamá quiero ser adúltera para tomar una cucharada grande del jarabe.
Y es que el jarabe tenía un gusto delicioso. Sabía a fresa con un regustillo suave a limón que a Purita le encantaba. Nadie hubiera creído que se trataba de una medicina. Por eso cuando leyó que a los adúlteros se les recomendaba una cucharada sopera en lugar de la pequeñita de postre que le daban a ella tres veces al día, deseó con toda su alma convertirse en adúltera.
-No, cariño, no se pronuncia así. Se dice adulto. A ver, repite conmigo: A-dul-to. A-dul-to.
Purita no se dio por enterada. Miró a su madre con la desconfianza que muestran los niños avispados cuando intuyen que los mayores les engañan para privarles de algún capricho.
-A-dúl-te-ro. A-dúl-te-ro.  Insistió contumaz.
Su madre la dejó por imposible y la cuestión pasó a ser una anécdota graciosa que invariablemente alguien sacaba a colación en las celebraciones familiares.
Pero a pesar de su determinación Purita no lo tenía fácil. Cuando se convirtió en una jovencita se miraba al espejo con desconsuelo. No era agraciada, por decirlo de un modo suave. Pensó que después de la adolescencia los granitos del acné desaparecerían para dar paso a un cutis transparente y luminoso, pero no fue así. Su piel era áspera y basta, llena de espinillas con sus cabecitas negras asomando por los poros abiertos que había dejado el acné.
Y para ser adúltera lo primero que necesitaba era casarse, después…
“…después, Dios dirá”.
Le dio el “sí” a Tomás ante el altar de la parroquia con el temblor propio de cualquier novia.
Tomás era maquinista de la Renfe y viajaba mucho por eso había aceptado su proposición de matrimonio. Bueno, por eso y porque fue el único que se lo pidió.
“una ventaja”, pensó Purita.
Como buena ama de casa se dedicó a colgar cortinas en las ventanas y a esperar la oportunidad de convertirse en adúltera. Sin embargo los días transcurrían monótonos sin visos de que nada extraordinario fuera a suceder.
“No hay nada escrito. El destino se lo traza una misma”, se dijo
El destino de Purita vestía mono azul de trabajo y lucía una protuberancia color naranja sobre el hombro izquierdo.
A Purita le dio por pensar que los cuatro pisos que subía Arcadio con la bombona de butano al hombro eran una muestra irrefutable del interés que manifestaba por ella. Y, claro, lo normal era que ella se mostrara también amable.
-Siéntate un momento, Arcadio, que debes de estar muerto después de subir tantas escaleras.
Arcadio era un mocetón alto y fuerte que no estaba agotado en absoluto, pero se sentó unos minutos mirándola con curiosidad.
Purita pasó las dos semanas siguientes esperando con ansia a que se acabara el gas y cuando telefoneó al distribuidor las piernas le temblaban de emoción.
Llegó Arcadio con su bombona al hombro. La bombona relucía como recién pintada. Se notaba a la legua que era nueva. A Purita le pareció todo un detalle que Arcadio se hubiera molestado en escogerla expresamente para ella.
-Pasa, Arcadio, siéntate un momento que te tengo preparado un cafetito.
Esta vez el gas no duró más que una semana. Los quemadores de la cocina estaban encendidos constantemente con ollas de agua hirviendo.
-¿qué hacen esas cazuelas al fuego sin nada dentro?
Preguntó sorprendido Tomás el día que le tocó descanso.
- Nada, mi amor, son para contrarrestar la sequedad del ambiente. Sale más barato que comprar un humidificador.
Purita tuvo que repetir dos veces la petición del suministro al distribuidor. Esta vez no solo le temblaban las piernas, sino también la voz: Calle de la Esperanza, nº 2 – 4º izq. Pronunció al fin entre suspiros entrecortados.
Estaba resuelta. Había llegado el momento decisivo. Por fin se iba a convertir en adúltera. En esta ocasión invitaría a Arcadio a sentarse un ratito en el sofá del salón. Purita había mullido los cojines para que el muchacho se sintiera cómodo. Se imaginaba la escena. Ella, tan delgadita, tan poca cosa, tan insignificante, en los fuertes brazos de Arcadio. Llevaba puesta una bata anaranjada que se había comprado en el mercadillo para que el chico no extrañara el color. Varias veces se asomó al balcón impaciente. Y otras tantas se desabrochó provocativamente los primeros botones de la bata.
Sonó el timbre de la puerta. Purita se precipitó a abrir
-Pasa, Arcad…
-No señora. Yo soy Fulgencio. Al Arcadio no lo verá usted más. Le echaron de la empresa porque se había “enrollao” con una clienta y el marido amenazó con dar de baja el contrato.
En la cara de Fulgencio, picada de viruela, asomó una sonrisa.
Purita, olvidada de sus espinillas, sonrió también.
Tal vez fuese el comienzo de un apasionado adulterio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario